Dra. Amy Lansky

epidemia del autismo. Yo en lo personal lo sé, ¡ya que mi hijo Max fue curado
completamente de autismo gracias a la homeopatía! La cura de Max fue mi primera
experiencia real con la homeopatía y fue ciertamente impresionante. Me impulsó a llevar
acabo mi propio estudio personal acerca de la homeopatía, y finalmente deje mi carrera
como investigadora de ciencias computacionales para dedicarme a la divulgación y
enseñanza de este increíble sistema médico. Es ahora una de mis metas en la vida divulgar,
a otros padres de familia, especialmente familias en relación directa con el autismo, cómo
la homeopatía puede ayudarlos tanto a ellos como a sus hijos.
Un gran número de personas no están enteradas de la magnitud y significancia de la epidemia del autismo. La enfermedad fue reportada por primera vez en 1943 – al mismo tiempo que empezaron los programas de vacunación para enfermedades como la polio y la tosferina. En 1790 la incidencia en Estados Unidos fue reportada en 1:2500 niños. En 2007, la incidencia fue de 1:150 niños (lo cual significa 1: 100 niños varones ya que el índice es 4 veces mayor para los varones que para las niñas). En 2009, ese índice empeoró a 1:100 niños. La más reciente estadística de 2012 indica que el índice ha aumentando a
1:88 niños, con varios estados que reportan un incremente en el número de casos. Si el índice continuara incrementando un 5% cada año, 1 de cada 10 niños pudieran ser autistas para el año 2057. El índice de incremento más probable es del 10% lo cual significa que para 2035 el 10% de los niños en E.U serían autistas.
La industria farmacéutica alopática preferiría esconder estos hechos bajo la alfombra, pero se están convirtiendo en problemas demasiado grandes para ser ignorados – especialmente ahora que los niños y los nietos de prominentes políticos y celebridades

se les dice rutinariamente ante el diagnostico, que deberían esperar la eventual
institucionalización de sus hijos. Con un costo de millones de dólares por niño, la epidemia
del autismo se convertirá rápidamente en un gran componente de la ya substancial crisis
médica nacional en Estados Unidos; sin mencionar la pérdida para la sociedad de un gran
número de potenciales recursos humanos.
La parte más mórbida acerca de esta situación es que posiblemente es la misma medicina
alopática la culpable. La mayoría de los padres dentro de la comunidad autista creen que
la vacunación es la raíz de la condición de sus hijos. Existe amplia evidencia de que este
argumento es verídico. Con tan sólo dar un vistazo a las gráficas de incidencia, uno puede
darse cuenta de que los índices de autismo aumentaron considerablemente en los tiempos
en que nuevas vacunas eran añadidas a los protocolos de vacunación pediátrica. Muchos
padres piensan que los adyuvantes de vacunas como el mercurio, son los culpables. Pero
lo más probable es que diferentes factores sean los causantes: la sobre‐sensibilización de
los niños hacia las vacunas debido a los adyuvantes tóxicos; la introducción a antígenos
directamente a la corriente sanguínea; toxinas (en la forma de químicos y varias formas de
radiación) en el medio ambiente; comida cubierta con organismos genéticamente
modificados, pesticidas y de deficiente valor nutricional. Estos factores en conjunto hacen
a los niños susceptibles a terribles respuestas autoinmunes a vacunas de las cuales sus
cuerpos no se pueden recuperar. Un ejemplo clave es que hoy en día tenemos más niños
con problemas intestinales (síntoma común en el autismo), hiperactividad, desordenes de
aprendizaje, diabetes tipo uno y severas alergias a los alimentos. El autismo por sí mismo
puede ser una enfermedad multifacética que refleja el hecho de que varios individuos,
cada quien con sus propias tendencias, están reaccionando, a su propia manera, ante un
asalto a su sistema inmune.
Desafortunadamente las capas de humo creadas para encubrir este desastre han sido
demasiado tradicionales. Los estudios se han enfocado en liberar a las vacunas de
culpabilidad. Los productores de vacunas han sido rápidamente absueltos de deudas
mediante métodos embastados a los pagos legislativos. La investigación alopática ha
etiquetado a la enfermedad como “genética” (¿quién ha escuchado alguna vez de una
epidemia genética?) y una gran cantidad del dinero dedicado a investigación ha sido
invertido en esta tarea. Aun así en los últimos años la investigación ha comprobado que la
explicación genética es insuficiente. El medio ambiente debe jugar un rol. ¿Pero qué tanto
tiempo tomará para que la verdadera causa sea encontrada, admitida, y dirigida?
Normalmente me pregunto a mí misma ‐ ¿Cuántos niños no van a ser afectados antes de
que la sociedad este dispuesta a cuestionar la vacunación, nuestros alimentos y el
insistente esparcimiento de radiación electromagnética a través de celulares y Wi‐Fi?
¿Cuál es el limite de sacrificio humano al que estamos dispuestos a llegar? ¿1 de cada 10
niños? ¿1 de cada 2?
De esta manera observamos que la epidemia del autismo se encuentra en camino de
convertirse rápidamente en una mina de oro para las farmacéuticas alopáticas, de la
misma manera que el cáncer lo ha sido. Las organizaciones que apoyan métodos
alternativos (y más económicos) para el autismo son descarriladas al momento de
competir con los grandes capitales y los beneficios de las celebridades. Tristemente, estos
métodos alternativos son los únicos que han mostrado poseer efectos curativos. La
homeopatía es una de estas terapias alternativas y, en el esquema dentro del mundo del
autismo, cuenta con una presencia relativamente pequeña.
Personalmente creo que la homeopatía es una de las mejores terapias disponibles para
esta comunidad. Mientras que varios métodos alternativos como el uso de suplementos,
dietas, destoxificación, protocolos y terapias de comportamiento son útiles, y suelen
alcanzar cierto grado de recuperación para los niños, la mayoría de ellos no son realmente
curativos. Un niño autista “recuperado” usualmente debe permanecer con dietas
restrictivas y suplementos, o debe tratar de acomodarse a sus incapacidades restantes con
el objetivo de poder funcionar normalmente dentro de la sociedad. En contraste, las curas
homeopáticas para el autismo, aunque aún siguen siendo relativamente raras, pueden
llevar a un individuo a ser totalmente libre de autismo. Esto sucedió con mi propio hijo y
conozco también de otros casos similares.
¿Es acaso esto una sorpresa, con el expediente de la homeopatía en lidiar con el daño
ocasionado por las vacunas y las enfermedades autoinmunes? Aunque los resultados de la
experiencia de mi hijo son inusuales y quizás sólo se puedan esperar en un pequeño
porcentaje de casos, varios homeópatas con extensas prácticas en autismo han sido
capaces de obtener mejoras significativas en la mayoría de sus pacientes.
Desde la publicación de mi libro “Impossible Cure: The Promise of Homeopathy” (Una
introducción general a la homeopatía que incluye mi experiencia familiar con la
homeopatía y docenas de curaciones de otras personas para una variedad de alivios
alrededor del mundo), ofrezco conferencias regularmente a padres acerca de la
homeopatía, brindo referencias a homeópatas de todo el mundo, contesto los
interrogantes de padres y mantengo registros acerca del proceso de varios casos. También
he entrevistado a homeópatas que llevan a cabo prácticas intensivas en relación con el
autismo. He aprendido que existen múltiples factores que hacen a esta población de
pacientes única desde la perspectiva del practicante homeopático. Entre ellos las
siguientes:
‐La inherente dificultad de curar el autismo. El tratamiento es normalmente lento y
gradual, y requiere de un cuidadoso manejo de habilidades.
‐Extrema ansiedad, desesperación y usualmente disfuncionalidad en la familias autistas,
causado por el estrés y las presionas económicas que brinda la situación. La impaciencia
con el tratamiento es usualmente la norma, lo cual afecta de manera contraria a las
realidades que el paciente debe esperar.
‐El uso simultaneo de distintas formas de intervención, incluyendo dietas, suplementos,
quelación (en varias formas) y un gran número de terapias como la terapia de
comportamiento, terapias auditivas, osteopatía y tratamiento craneosacral. Muchos de los
tratamientos se enfocan en la gran cantidad de síntomas que estos niños experimentan,
(i.e. problemas intestinales) en vez de encontrar los cimientos de la enfermedad.
‐Los padres buscando la “homeopatía” desconocen qué es la homeopatía y suelen terminar
con practicantes pobremente preparados que simplemente les ofrecen combinaciones
sacadas del estante, pruebas en maquina, dosis diarias de remedios que son vistos como
“vitaminas”, etc. En otras palabras, remedios homeopáticos tratados como alopáticos.
En esta situación es donde entra el homeópata valiente y preparado. Es un reto
substancial, pero la recompensa es enorme. El practicante tiene el potencial de regresarle
su vida al niño y salvar a su familia entera. Más que esto, ellos pueden demostrar al mundo
que la homeopatía puede lograr maravillas cuando la alopatía no ofrece nada. Por esta
razón, la epidemia del autismo provee la trágica pero gran oportunidad para la
homeopatía de promoverse. Los padres de los niños autistas están desesperados,
intensamente sumergidos en sus hijos y no van a olvidar lo que la homeopatía logró por
ellos. Yo soy un caso de estos. Sé de otras “mamás autistas” que se han convertido en
practicantes y entusiastas en la divulgación de la homeopatía.
Voy a concluir este artículo con una breve descripción de la historia de recuperación de mi
hijo Max. Es un extracto editado de un artículo que escribí para la Mothering Magazine que
apareció en enero de 2006. La recuperación de Max demuestra, desde mi punto de vista,
varios elementos claves: la efectividad del tratamiento clásico; la importancia de nosodes
en el tratamiento del autismo; la utilidad de las dosis LM (las cuales creo proveen una
gentil y frecuente “punzada” que muchos niños autistas necesitan, aparte de involucrar a
los padres y sus intenciones en el proceso); el rol de las dietas especiales en las que se
eliminan ciertos alimentos (especialmente leche, gluten, colorantes y organismos
genéticamente modificados [OMG]) que pueden ser reintroducidos una vez que las
sensibilidades alimenticias sean sanadas por el tratamiento homeopático; la importancia
de involucrar a toda la familia en el proceso de curación; y la necesidad de que los padres
sean pacientes, observadores, flexibles a los cambios y mejoras, conectados de corazón
con su hijo y creyentes en el potencial de la recuperación. Los invito a leer “Impossible
Cure” si están interesados en detalles adicionales de la historia de Max. Una gran cantidad
de padres se dan cuenta de que el libro es una invaluable guía y algunos practicantes
requieren que los padres de sus pacientes compren y lean el libro – no sólo las familias
autistas. Para más información, visita www.impossiblecure.com.
En enero de 1995, un artículo en la revista Mothering acerca del tratamiento homeopático
para el comportamiento de los niños autistas despertó mi interés en ir a buscar dicho
tratamiento para mi hijo Max. En ese entonces, mi esposo Steve y yo luchábamos para
comprender y aceptar la inhabilidad de Max para poder comunicarse y socializar con los
demás. Desafortunadamente esta experiencia se ha ido incrementando en mayor cantidad
de familias. En 1995 el alza dramática en los índices de autismo en Estados Unidos apenas
iniciaba, y el mundo de recursos autísticos y tratamientos para combatirlo apenas se
encontraba en su etapa inicial.
En la primavera de 1994, cuando Max tenía apenas tres años, su programa de preescolar
nos citó a una conferencia donde nos recomendaron atención médica. Max empezaba a
convertirse en una persona extremadamente desprendida de su contexto, no hacia buen
contacto visual, no respondía bien a su nombre y manifestaba actividades de autoestimulación
como dar vueltas. Durante el periodo diario de lectura parecía inconsciente;
si no se mantenía sentando sobre la pierna de sus maestros, se iba a correr o jugar en
alguna otra parte del salón. Mientras otros niños se encontraban jugando en el patio, los
maestros lo encontraban viendo absorto algún juguete o animal en el aula. Aunque Max se
encontraba generalmente con un buen estado de ánimo, sólo poseía 10 ó 20 palabras en su
vocabulario y no podía formular oraciones de dos palabras. Tampoco parecía poder
entender o responder cuando se le llamaba. Si trataba de leerle antes de dormir se movía
por toda la cama, corría sus dedos por la pared y el edredón. De la misma manera Max era
sumamente hábil con los bloques y computadoras, conocía los números y las letras, y
amaba ver televisión y bailar escuchando música.
Tras el consejo de una amiga terapeuta en comunicación decidimos no llevar a Max a la
clínica de la Universidad de Stanford que nos habían recomendado previamente. Nos dijo
que soló lo etiquetarían y cultivarían en nosotros un aire de desesperanza. En vez de eso
nos recomendó una excelente terapeuta en lenguaje en Palo Alto – una mujer que continúa
siendo la mejor terapeuta en el área trabajando con niños como Max. Como con tantos
otros eventos que nos sucedieron ese año, alguien se encontraba ahí arriba viendo por
nuestros intereses; normalmente es extremadamente difícil conseguir una cita con esta
terapeuta, pero aun así recibió a Max de inmediato. En vez de etiquetarlo empezó a
trabajar con él al instante.
Durante el verano de 1994 también aprendí acerca de la dieta Feingold. Una de las
prohibiciones en la lista de alimentos problemáticos era la leche de vaca – y Max era adicto
a ella. La botella era su “amor” y en ocasiones podía tomar hasta 8 botellas diarias. Una
vez que eliminamos la leche de su dieta, una cortina pareció levantarse y Max empezó a
formar oraciones dobles. Lo seguía haciendo con un estilo autístico, pero definitivamente
se encontraba más presente que antes. Años después descubrí que las sensibilidades
hacia la leche y otros alimentos son una notoria característica de niños autistas. Otros
cambios que hicimos a su dieta durante ese periodo fueron remover los colorantes y el
elote.
En otoño de 1994 las citas con la terapeuta de lenguaje de Max continuaron, incluyendo
una sesión semanal con otros dos niños en el espectro autista. Max era el que se
comportaba mejor, pero el menos verbal y más “desalineado”. Después de ciertas pruebas
calificó para la obtención de beneficios de educación especial. El progreso de Max con la
terapia era lento y había empezado a manifestar síntomas característicos del autismo
como la ecolalia – trastorno psíquico que se traduce por la repetición de palabras dichas
por otros. Nos encontrábamos destrozados, pero determinados a seguir tratando todo lo
que pudiéramos. De verdad, esto se había convertido en mi peor pesadilla vuelta realidad.
Mi hermano es esquizofrénico por lo que estaba consciente de cómo la enfermedad de Max
podía afectar a toda nuestra familia. Decidimos inscribir a Max en la escuela Montessori, la
cual era más apta para él y al mismo tiempo tratar de adoptar ideas del libro Son Rise de
Barry Neil Kaufman – por ejemplo: pasar tiempo de calidad solo con él. El estado de ánimo
de Max permanecía generalmente positivo aunque en realidad no se encontrara en su
totalidad “ahí”.
Éste era el estado actual de la situación, cuando aprendí acerca de la homeopatía en el
artículo publicado en Mothering. De cierta manera, el pequeño artículo de Judyth
Reichenberg‐Ullman creó un cambio en mí; instintivamente supe que esta forma de
tratamiento podía ser la respuesta que necesitaba. Como ya lo había mencionado, ¡alguien
ahí arriba estaba actuando por nosotros! Al siguiente día llamé a una amiga acupunturista
y le pregunté: ¿Dónde puedo encontrar a un homeópata? Ella me mencionó a John
Melnychuk, un practicante que acababa de establecerse en Palo Alto. Se nos dio una cita
rápidamente y con esto el viaje de recuperación de Max había comenzando.
Nuestra primera cita con John fue un típico tratamiento homeopático. John observó a Max
y escuchó todos los síntomas que le describí sobre el: sueño, hábitos alimenticios,
patrones de sudor, síntomas físicos, comportamiento y personalidad. También tomó en
cuenta su gestación, nacimiento y nuestra historia médica familiar. La primera cita duro
aproximadamente 2 horas. Después de tomarse unos cuantos días para analizar el caso,
John nos llamó para decirnos el nombre del remedio que sentía que encajaba mejor para
Max. (Carcinosin LM1)
Afortunadamente, la esperanza nos sonreía de nuevo. En tan sólo unos cuantos días de
haber iniciado el remedio con dosis líquidas diarias, Max empezó a mostrar pequeños
cambios. Su habilidad verbal se volvió un poco más fluida, usaba nuevas frases y se
percataba mejor de su entorno social. La siguiente semana la terapeuta de Max remarcó
que algo definitivamente había cambiando en él. Ella no sabía que habíamos iniciado un
tratamiento homeopático y rápidamente preguntó, ¿Qué hiciste? Max ya era capaz de
seguir una secuencia de dos comandos en vez de uno sólo.
Al paso de unos meses los cambios en Max fueron mayores y más notorios. Cada mes
aumentábamos la potencia de su medicamento y observamos una patente respuesta. Al
momento de empezar con una nueva botella del remedio con mayor potencia veíamos en
un periodo de tres días un incremento en hiperactividad seguido con una discreta mejoría
en cognición y comportamiento. Dado que Steve y yo éramos científicos decidimos
conducir un simple experimento. Steve le dio a Max su medicamento para un periodo de 2
días y cambió su potencia por un tiempo que yo desconocía. Realicé observaciones
tratando de captar mejoras espontaneas en su comportamiento – Y lo noté exactamente 3
días después de que la dosis había sido cambiada.
Después de 6 meses de tratamiento, John recomendó que lleváramos a Max con un
osteópata craneal. John actualmente da tratamientos a niños autistas y ha encontrado que
el tratamiento cráneosacral puede acelerar la mejoría en muchos de sus casos. Max tuvo
varios tratamientos con el osteópata y nos dimos cuenta de que tenían un gran impacto en
él. Parecían calmarlo e incrementar su deseo por contacto físico y afecto.
Tras 9 meses de tratamiento homeopático, la terapeuta de Max sintió que sus sesiones ya
no eran necesarias. Un año y medio después de haber iniciado el tratamiento Max se
encontraba obteniendo resultados por encima de su rango de edad. Cuando firmamos los
papeles que lo liberaban de la elegibilidad para beneficios de educación especial, nuestro
terapeuta le dijo al representativo del gobierno que no era su tratamiento el que había
ayudado a Max – fue la homeopatía. De hecho la terapeuta nos mencionó que nunca había
presenciado nada parecido. Ella nos dijo qué había visto niños autistas recuperarse, pero
jamás a un niño perder el autismo de la manera en que Max lo había logrado.
En ese momento Max se encontraba probablemente curado al 80%. Max continuó
consumiendo Carcinosin de manera periódica, tomándolo a veces sí y a veces no por 6
meses. El 20% restante de su curación tomó un periodo de algunos años – marcados por
transiciones con nuevos remedios según Max iba mejorando y cambiando. Cuando llegó a
los 9 ó 10 años de edad nadie se hubiera imaginado su previo‐autismo.
Es importante destacar que hay muchos remedios homeopáticos que son usados en el
tratamiento del autismo, ya que siendo diferente cada niño, es necesario el uso de
distintos remedios. Cualquiera que sea el caso habrá un remedio constitucional indicado
para ese niño. De mi experiencia al observar distintos casos, he aprendido que tanto los
remedios neurológicos, como los remedios que van sobre una enfermedad especifica para
los cuales fueran dadas vacunas, los nosodes indicados y el uso isopatico de vacunas en
potencia, juegan un rol importante en el tratamiento del autismo. Es por esta razón que
consultar a un homeópata capacitado es sumamente necesario.
La respuesta al tratamiento homeopático de parte de Max fue excepcional y cerca de ideal.
Pero el caso de Max no se encuentra solo. Cada vez más y más familias empiezan a tratar
con homeopatía a sus hijos autistas, escucho acerca de más experiencias que hablan de
curaciones reales alrededor del mundo. Con una enfermedad “incurable” como el autismo,
incluso modestas mejoras pueden crear una gran diferencia en la calidad de vida. Muchos
homeópatas con los que hablo reportan que siempre hay por lo menos una pequeña
mejoría en la mayoría de sus casos de autismo.
Hoy en día Max tiene 21 años, estudia cine y animación en una importante universidad
estadounidense. Es popular, extremadamente sociable y cuenta con un óptimo estado de
salud. No tiene ningún tipo de restricciones alimenticias y probablemente es el miembro
de nuestra familia con la menor necesidad de ayuda homeopática. Hemos sido bendecidos
por la curación que nos brindó la homeopatía y estaré por siempre agradecida por los
milagros que puede lograr.
La doctora Amy Lansky era una científica computacional en Silicon Valley cuando su vida fue
transformada por la milagrosa cura homeopática del autismo de su hijo. En abril de 2003 publicó su
libro “Impossible Cure: The Promise of Homeopathy”, que se ha convertido en uno de los libros de
homeopatía más vendidos a nivel mundial. Lansky ha ampliado sus investigaciones para incluir
enseñanzas tanto antiguas como modernas acerca de la conciencia, la meditación y nuestro poder
colectivo para evolucionar y transformar nuestro mundo. El resultado fue su más reciente libro,
“Active Consciousness: Awakening the Power Within” publicado en 2011.
(www.activeconciousness.com)